20.11.08

Mi Linda Maestra

por Mariano Akerman

Moroca era el sobrenombre con el que era conocida mi tía, Elisa Akerman, pintora figurativa argentina, activa en Buenos Aires durante la segunda mitad del siglo XX.


Realizó óleos, pero la témpera fue indudablemente su técnica predilecta. La aprendió a través de su maestro, el pintor surrealista Juan Batlle Planas. Fue también alumna de Juan Carlos Castagnino y Raquel Forner. Castagnino le dejó un imperecedero afecto por el dibujo. Forner sacudió las bases de su identidad, y la empujó a confrontarla, sin concesiones.


En sus témperas, Moroca representó figuras, especialmente de músicos y arlequines que recuerdan la imaginería de Pablo Picasso y Emilio Pettoruti.


La calma de sus figuras en las terrazas porteñas tiene bastante que ver con sus predecesoras en la obra de Lino Enea Spilimbergo. Pero lo que en Spilimbergo es masa, se vuelve línea y plano en el caso de Moroca.


La pintura de Moroca presenta una frescura que es infrecuente en el arte argentino. Su manejo del color es admirable. Gran conocedora de la lógica y la armonía, tanto en la perspectiva como en las proporciones del cuerpo humano, Moroca también introdujo en su obra componentes irracionales y sutilmente perturbadores. Tal característica proviene de su contacto estrecho con el psicoanálisis, al cual solía referirse como "la ciencia del siglo."

Durante los años sesenta enseñaba la técnica del automatismo surrealista en Piruetas, su taller de la calle Sánchez de Bustamante y al que yo visitaba asiduamente.

El humor nunca le fue ajeno a Moroca. Particularmente cuando se trataba de motivarme para que pinte y con generosidad compartía conmigo sus hueveras llenas de témperas de lo más variadas, a las que ella denominaba "la caca de colores."

Moroca me introdujo al campo del arte y enseñó no sólo asuntos técnicos respecto al arte de la pintura sino también los fundamentos del diseño y la psicología de la forma.

A través de la práctica del automatismo, Moroca generó en mí un gran interés por el surrealismo, si bien éste no tuvo casi lugar en su obra. Mi primer premio fuera de Argentina, lo recibí en un concurso de pintura en el Uruguay gracias a un dibujo titulado Una visita a la casa de mi tía Moroca (1979). A principios de los años ochenta, Elisa estimuló el que cursase la carrera de Arquitectura. También fue ella quien tomó la iniciativa de exhibir mis óleos en la Casa de la Pintura Argentina en 1984. Ya a mediados de 1985 me presentaba a Mercedes Rodrigo, en cuya galería, RG en el Arte, tendría lugar mi primera exposición individual en mayo de 1986.

Motivos que nada tienen que ver conmigo y a los que de hecho no me referiré entristecieron considerablemente su vida, pero ella sin embargo jamás dejó la pintura de lado. Frente a la injusticia que la rodeaba, organicé, en parte con el propósito de alegrarla, una exposición conjunta de nuestra obra en la Facultad de Estudios de Posgrado de la Universidad de Belgrano en 1988.


No mucho tiempo después, Moroca fallecía (1990). Pero nadie muere si alguien le recuerda. Y este es precisamente el caso. Hoy, pasados ya cuarenta años de haber asistido a su taller y otros veinte de nuestra exposición conjunta, la continúo recordando, tal como era: trabajadora y didáctica en el taller, original y cultivada en su pensar, afectuosa y preparada como poca gente uno encuentra en el mundo de hoy.


Las obras reproducidas son témperas de Elisa Akerman y probablemente fueron realizadas entre 1965 y 1978. Otras de sus pinturas y un artículo acerca suyo en francés podían encontrarse en la Enyclopédie Larousse online (hasta abril de 2013); hoy se encuentran disponibles en La Joie de Vivre.