10.5.13

Celeste y Blanco


Mariano Akerman, El cielo enrulado, imagen digital, 2005


Porque ese cielo azul que todos vemos,
Ni es cielo ni es azul;
¡Lástima grande
Que no sea verdad tanta belleza!

Argensola




• Texto completo y anotado de la conferencia educativa ARTE ARGENTINO, presentada por Mariano Akerman en la Universidad Ateneo de Manila, Filipinas, en febrero de 2006.

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Entre la poesía y la plástica

En el libro La poesía aragonesa del barroco (1980) es posible encontrar el soneto más conocido de los hermanos Argensola y cuyo título es "A una mujer que se afeitaba y estaba hermosa", composición del siglo XVII que trata el tema de las falsas apariencias:

Yo os quiero confesar, don Juan, primero,
que aquel blanco y color de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.

Pero tras eso confesaros quiero
que es tanta la beldad de su mentira,
que en vano a competir con ella aspira
belleza igual de rostro verdadero.

Mas ¿qué mucho que yo perdido ande
por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así Naturaleza?

Porque ese cielo azul que todos vemos,
ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande
que no sea verdad tanta belleza!


Significativamente, el último verso del poema de Argensola es en algunas oportunidades reemplazado por una pregunta retórica: ¿Y es menos grande, por no ser realidad, tanta belleza?

Si bien apócrifo, el interrogante en cuestión no deja por ello de ser sumamente interesante e indudablemente debería ser considerado al contemplar el extraordinario retrato que pertenece al Prado:

Juan Sánchez Cotán, Brígida del Río, La barbuda de Peñaranda, 1590
Óleo sobre lienzo, 102 x 61 cm.
Museo del Prado, Madrid
Obra exhibida en Málaga, Museo Picasso, El factor grotesco, 2012-13
La muestra es analizada en A la búsqueda del factor grotesco.

Pero el caso preservado en el Prado representa un caso real y no solamente uno insólito o impresionante.

Poner las barbas en remojo

La mujer del soneto "se afeitaba y estaba hermosa" y de modo tal que su "mentira" no podía sino superar la belleza de cualquier otro rostro existente en ese entonces.

Distinto es el caso de la mujer retratada en la pintura de Juan Sánchez Cotán, ya que ella no se afeita y, con su gran barba bien expuesta, difícilmente pudo jamás haber presumido de ser hermosa en el áspero contexto español del siglo XVII.

En efecto, ya haya sido considerada como una real maravilla o un caso monstruoso, lo cierto es que Brígida del Río fue un fenómeno verdaderamente atípico y uno indudablemente bastante poco comprendido en esos días.[1]

De hecho lo opuesto a lo que sucede con la mujer del poema de los Argensola se da en su caso: desde su rara condición patológica y sin haberse afeitado, Brígida del Río lejos está de intentar engañar a nadie. Al contrario, la pintura de Sánchez Cotán la muestra como un ser que adolesce una extraña enfermedad y no por ello carece de autenticidad.

A diferencia de la mujer del poema, y, reiteramos, pese de su impresionante condición patológica, Brígida del Río se nos presenta como un ser digno.

La enfermedad que ella sufre la introduce como una rareza, un ser atípico. Es más, su peculiar condición ha llevado a varios a percibirla como un grotesco viviente. Sin embargo, la extraordinaria sensibilidad de Sánchez Cotán logra capturar a la retratada con realismo y además compasión.

"La barbuda de Peñaranda" es retratada en términos veristas, los que a su vez son consistentes con el pictórico Arte Mayor cultivado en ese entonces por los grandes maestros españoles.[2]

Lo curioso de la pintura del Museo del Prado no sería entonces la apariencia ridícula de la retratada sino la maestría de Sánchez Cotán, quien, sin ocultar para nada el real estado de Brígida del Río, logra transmutar a través de su cuadro la curiosidad en compasión.

Es por eso que las palabras del poema de los hermanos Argensola son opuestas a lo pintado por Sánchez Cotán, quien ha inmortalizado a la retratada, respetándola y sin juzgarla de modo ninguno.

En el cuadro del Prado, el cielo es del color que lo vemos, o sea bien oscuro, y la única lástima grande es que tanta desgracia de hecho haya sido toda la verdad y nada más que la verdad en el caso Brígida del Río.

Debido a esto, la obra de Sánchez Cotán podría ser grotesca, pero sólo en apariencia y no por mucho tiempo. Ya que lo Grotesco implica ambigüedad y ambivalencia, así como también la insinuación de lo monstruoso.[3] La condición de Brígida del Río tiende a introducirla como un ridículo; la mestría de Sánchez Cotán la presenta como una persona tímida, afligida y desdichada.

En el cuadro del Prado hay cierta ambigüedad en el estado real de Brígida del Río, pero la ambivalencia no existe ni en la actitud de la retratada ni en el modo en que el pintor la ha representado.

Lo terrible del estado de Brígida del Río es claramente presentado en el cuadro: no se trata de un hombre vestido de mujer sino de una mujer con apariencia de hombre.[4]

Así, el título de la obra presenta el caso en términos rotundamente unívocos, cosa que es antitética al espíritu de toda obra grotesca.[5] En efecto, se trata de Brígida del Río, a quien entonces se apodaba "La barbuda de Peñaranda".

El caso representado poco tiene entonces de carnaval enmascarado y mucho de tragedia en carne viva.

La curiosa pintura de Sánchez Cotán es no obstante una obra realista y como tal se emparenta con el dominio de la mímesis. El pintor imitó lo que veía, intentando que su pintura refleje con total fidelidad a doña Brígida del Río. Incuestionablemente Sánchez Cotán capturó la apariencia física de la retratada e incluso su estado psicológico, perpetuándolos con admirable fuerza expresiva en su obra. En este sentido el cuadro del Prado es una obra maestra de la pintura de género y podrá ser cualquier cosa, pero jamás un grotesco.[6]

El cielo enrulado

Volvamos ahora a la muy apócrifa pregunta adicional:

¿Y es menos grande menor, por no ser realidad, tanta belleza?

La imágen digital aquí reproducida fue obtenida a partir de una fotografía del cielo. Una vez digitalizada y retrabajada, la imagen fotográfica en cuestión dio lugar a El cielo enrulado.

Hay quienes creen que toda obra de arte es una irrealidad (Jean-Paul Sartre). Con todo, estamos también quienes entendemos a la obra de arte como una ventana abierta a una nueva realidad.

Artistas tales como Chagall y Bacon siempre sostuvieron que en su pintura plasmaban no un mundo de fantasía sino la realidad.

El cielo enrulado es una ventana abierta a una nueva realidad. Tamaña ventana bajo ningún pretexto intenta excluir del juego plástico al dominio de lo Imaginario.

Y respecto al si es menor, por no ser realidad, la posible belleza de El cielo enrulado, conviene aquí aclarar que, para el autor del trabajo, la imagen digital forma parte de la realidad (incluso cuando ésta se manifiesta en términos virtuales),[7] y, además, que la belleza, cuando se da en el siglo XXI, tiempo de gato por liebre, se supone que ésta ha de ser apreciada y no medida. En otras palabras, a belleza regalada no se le miran los dientes.

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Notas
1. El interés de la época por los casos extraordinarios se pone de manifiesto en el único retrato conservado de Sánchez Cotán. El trabajo fue encargado por la nobleza española que sentía una extraña fascinación por lo que a veces se denomina "fenómenos humanos" (HU, La barbuda de Peñaranda, 26.5.2010). Acerca del interés y poco entendimiento que produjo el caso de Brígida del Río da testimonio Sebastián de Covarrubias Orozco, quien en sus Emblemas morales (Madrid, 1610, Centuria II, emblema 64) se ocupa de ella como si se tratara de un caso de hermafroditismo, calificándo la figura en términos de "monstruo horrendo y raro" para ver en ella esto un presagio de mal agüero.

Brígida del Río reaparece entonce en los Emblemas morales de Covarrubias (Centuria II, Emblema 64). La inscripción que adorna la estampa, "NE VTRVM Q ET VTRVM Q" (Ne trumque et utrumque, latín que significa "ni lo uno ni lo otro") pertenece a un pasaje de las Metamorfosis de Ovidio (IV, 379) que habla del Hermafrodita, un ser doble, cuyo sexo es "ninguno y los dos a la vez". No obstante, el emblema de Covarrubias demoniza a Brígida del Río, a quien introduce como paradigma del monstruo, estigmatizándola como un ser siniestro y portador de malos augurios:
Soy hic, et hec, et hoc. Yo me declaro,
Soy varón, soy muger, soy un tercero,
Que no es uno ni otro, ni está claro
Qual destas cosas sea. Soy terrero
De los que como a mostro horrendo y raro,
Me tienen por siniestro y mal aguero.
Advierta cada qual que me ha mirado,
Que es otro yo si vive afeminado.

2. "Brígida del Río fue un personaje popular a finales del siglo XVI. Prueba de esto es su mención en varias obras literarias y la creación de varias imágenes que la representan. El cuadro del Prado se difundió a través del grabado, pues fue el modelo que utilizó Sebastián de Covarrubias para una de las imágenes de sus Emblemas morales (1610). Se trata de uno de los varios retratos de mujeres barbudas que han circulado por España. El carácter documental de muchas obras de este tipo está atestiguado en este caso por la inscripción que aparece en la parte superior izquierda [de la pintura], en la que se identifica a la retratada, se indica su edad y se precisa la fecha en la que se pintó el cuadro. Todo ello sirve para afirmar la veracidad de la imagen" (Prado Online: Brígida del Río).
El cuadro de Sánchez Cotán posee la inscripción "BRÍGIDA DEL RÍO DE/ PEÑA ARANDA DE E/DAD DE L AÑOS/MDXC".
3. Deliberadamente empleo el término insinuación y de ningún modo manifestación.
4. De no ser por el título de la pintura y el vestido de la retratada sería posible ver en el presente caso una muestra de travestismo (HU).
5. En términos de estética, lo Grotesco requiere de una conjunción específica de factores. De la presencia de solo algunos de ellos no necesariamente resulta la configuración grotesca.
6. Dado que los seres atípicos no son grotescos, inapropiada resulta entonces la inclusión del Retrato de Brígida del Río en una exposición dedicada a lo Grotesco, cosa que tuvo lugar en la exposición El factor grotesco, realizada en el Museo Picasso de Málaga en octubre de 2012 y hasta febrero de 2013. Interesante es considerar el caracter en parte superficial de las primeras notas referentes a esa muestra con otras posteriores que hablan de una aproximación bastante más profunda en cuanto al tema en cuestión. Entre las primeras mencionaremos El arte del desprecio y de la risa (Ángeles García, El País, 22.10.2012) y En los callejones más oscuros del arte (Natividad Pulido, ABC, 23.10.2012). Entre las segundas merecen ser citadas dos esclarecedoras notas: "Lo expuesto es un totum revolutum unido por un hilo de sedal fuerte y casi invisible. Una red que atrapa, pues por feas que sean las realidades que representan las obras expuestas, ya lo dijo Duchamp, una vez adecuadamente expuestas y contempladas se convierten en hermosas. La mujer barbuda de Sánchez Cotán, los enanos de Velázquez dibujados por Ribera, no son grotescos o monstruosos en sentido moderno. Son entrañables, sinceros, no engañan aunque se saben deformes. Son realistas y fueron físicamente reales" (José Antonio Martín Santos , Factor grotesco, A foro libre, 13.12.2012); "En una de sus salas, y en la portada del libro, se puede contemplar la Brígida del Río de Sánchez Cotán (1590), retrato de la mujer barbuda de Peñaranda. [...] Una mujer con barba podría ser motivo de risa y, sin embargo, este personaje nos sostiene la mirada con un gesto de tanta indefensión que más bien mueve a una especie de compasión" (Maite Méndez Baigues, El factor grotesco, Letras Libres, 1.2013). Por otra parte, oportunas resultan en este contexto las siguientes reflexiones: "No todas las risas son iguales, hay risas alegres y risas amargas. [...] No me atrevo a reír ante los Dos perfiles grotescos enfrentados que realizó Leonardo da Vinci en torno a 1485-90 [...]. Tampoco parece que sea adecuado y justo reír [hoy] a propósito de algunos fenómenos que, por el contrario, en su tiempo sí hicieron reír: Brígida del Río, la barbuda de Peñaranda, que pintó Juan Sánchez Cotán en 1590, o La monstrua desnuda, de Juan Carreño de Miranda, [pintada] casi un siglo después, hacia 1680" (Valeriano Bozal, Risa lúcida, El cultural, 19.10.2012). Para una mayor discusión, ver el Imaginarium.
7. No sólo es realidad el mundo material que percibimos con los sentidos, pues esa realidad es una realidad meramente materialista o realidad de aparentismos. En efecto, existen además realidades interiores, tales como lo son las realidades espirituales, los mundos privados, las constelaciones interiores.
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• Los comentarios, si pertinentes, son todos bienvenidos.

9 comments:

Mariana Figueroa Sánchez said...

Maravilloso ensayo. Me parece muy interesante el matiz de aquello que deja de ser grotesco a partir del momento en que hay dignidad. Maravilloso también Sánchez Cotán. El arte claro que refleja la realidad, o mejor dicho, las realidades, la física y la emocional de lo representado e incluso la realidad emocional del artista. Tal vez sea debido a que una obra refleje tanta realidad o inclusive tantas realidades que ella se vuelva obra de arte. Besitos desde Beirut

Gab Stegmann said...

Gracias Mariano! :) Lindo. Toda una fuente de inspiración. Beso! gab ~

Rafael Foley said...

Gracias Mariano, y muchos saludos. Interesante ensayo. La belleza es aún más bella si es verdadera, pienso. La cuestión está en pensar en "verdad" no como un absoluto filosófico, sino como amor. La verdad es amor. Pienso que Mariana ronda ese mismo tema cuando hace alusión a la dignidad.
Me acuerdo de ti a menudo, pues me agrada contemplar los cuadros que te compré y contarles a mis invitados de dónde vienen.
Un abrazo desde Malabo, Rafael

Doble GE said...

Para mí el arte tiene valor en sí mismo, si es realidad o no lo es, que más da. El autor de una obra de arte hace lo que quiere hacer y expresar, la realidad, su realidad, la fantasía, lo que fuere. Y a veces ni siquiera piensa si es la realidad o no. Además el arte puede el espíritu.

Jorge Bozzano said...

Muy bueno ese ir y volver de la realidad.

Débora Siskin said...

Mariano, me encanta cómo te expresás. Tu fina observación me alucina.

Pancho Ottino said...

No puedo dejar de relacionar tu imagen digital con La Noche Estrellada pintada por Van Gogh.

akermariano said...

Es cierto que ambos trabajos tienen en común el asunto espiralado. Desde mi siempre aprecio la obra de Van Gogh y su intensidad me sigue conmoviendo hasta hoy. El subconsciente bien pudo haberme llevado hacia sus formas. Con todo, Van Gogh se ocupó de la noche y las estrellas. Al hacer mi trabajo yo estaba interesado por la luminosidad del cielo y se cómo las nubes se transforman constantemente. Los espirales, por otra parte, no son exclusividad de Van Gogh: existen en la ornamentación de los helenos y también en la pinuras de Klimt.

Gab Stegmann said...

Me gusta mucho cómo entrelazas y conectas todas las artes juntas. Lei también el artículo completo de 2006. Buenísimo. :) Beso! gab ~