Hace poco alguien me preguntaba si me cuesta separarme de mis trabajos. Pinto desde hace treinta años. Me muevo por el mundo desde hace ya otros veinte. Algunas de mis obras viajan conmigo todo el tiempo. Otras no. Algunas se exhiben, otras se encuentran archivadas. En cierto sentido las obras son como hijos: uno les da lo mejor de sí y devuelven satisfacciones, pero también dan trabajo... Hay veces que son como un rayo de luz y hay veces que abren nuevos interrogantes, esos que conducen a nuevos caminos. Además, como los chicos, las obras crecen. Hoy están aca. Otro día tal vez ya no. Igual que todos nosotros.
Me gusta saber que alguien tenga alguno de mis trabajos, siempre y cuando lo valore.
Están los que piensan que pintar es un pasatiempo, Francis Bacon por ejemplo. Y estamos los que pensamos que, mientras producimos algo, en ello va la vida. Ni más ni menos.
Cada uno de mis trabajos es único e irrepetible. No es cuestión de elitismo. Tampoco de pose. Es simple: como en la vida, cada momento es único e irrepetible. Y un trabajo es precisamente parte de la vida de uno. Kandinsky explicó a medida que uno va terminando una obra, ella adquiere una vida independiente, que termina por volverse autónoma. Eso es cierto, pero hasta cierto punto. Porque, sea como fuere, la obra, cuando auténtica, es además parte de uno. Se da algo así como la relación madre e hijo. Al nacer la criatura y cortarse el cordón umbilical, ambos se separan. Pero la madre y el hijo, en cierto sentido, son, por así decirlo, siempre una misma entidad, ya que nunca terminan de separarse por completo.
Así, no es casualidad que determinas características hagan que un Kandinsky sea un Kandinsky, un Bacon un Bacon, y un Akerman un Akerman. Eso indudablemente no es asunto ligado al azar. Ya bien lo señala el refrán, la manzanita nunca cae lejos del arbolito.
En efecto, la identidad no es un asunto de moda en tal o cual barrio: uno tamposo se la cambia por temporadas. Un Picasso es un Picasso, y sigue siéndolo siempre, sin que importe demasiado de qué período sea. Cuando algo cambió en la vida de Picasso, también hubo alguna transformación en su obra. Mas nótese que es alguna obra de Picasso la que cambia, su identidad no. Tal como sucede con las raíces, la identidad no es algo que anda cambiando todo el tiempo y mucho menos abruptamente. En este sentido, mi caso es análogo al de Picasso. "Cambia, todo cambia" sostiene una canción aquí también pertinente. Es cierto. Pero el yo que se lleva adentro, cuando hay integridad, ese, el yo esencial, no puede sino ser siempre el mismo. Uno. Único e irrepetible.
Observo mi trabajo y me reconozco. Cambian mi estilo y mis inquietudes, tal como cambian mi cuerpo y mi cara. Pero mi trabajo siempre soy yo y vicerversa. Porque el alma, cuando la hay, sigue siendo siempre el alma. Además, hay quien nació para construir puentes y hay quien nació para derrumbarlos. Y está incluso quien nació para reconstruir los puentes que otros derrumbaron. Ese es un preferido. Más aún, es posible trabajar siendo un puente entre culturas.
No es la obra objeto material la que me interesa, sino su configuración trabajando como ventana abierta al interior del autor la que me conmueve.
En el arte abstracto, luego de los tres grandes pioneros –Kandinsky, Mondrian y El Lissitzky- la cosa poco a poco se volvió tediosa. Y algo parecido sucedió con la figuración.
En el arte actual lo prosaico, la frivolidad y el hartazgo parecen haberlo eclipsado todo. Sin embargo no todos vinimos al mundo para dividir, discriminar, arruinar, divorciar, mamarrachear, envidiar, despreciar o vanagloriranos con la pavada.
¿De qué sirven los elogios cuando uno solo descolla en el medio de una farsa en la carnestolenda? ¿Qué valor tienen medallas, copas y premios si el camino que se transita no es el apropiado? ¿Cuál es el sentido de conformarse confeccionando otro nuevo traje para el emperador?
Sorprendente acaso sea el andar tatuando chanchos, mas comprometido es el indagar acerca de las propias raíces. En fin, se podrán cortar todas las flores, pero no es posible detener a la primavera.
Mis trabajos no están concebidos para decorar paredes. Aunque nada malo hay en la decoración, dado que también ella es en cierta medida necesaria en este mundo. Embellecer, hasta donde yo sé, no es necesariamente ningún pecado. El ornamento existe específicamente para ser besado.
Claro que en las obras, al menos en las mías, además está el contenido.
Pero en el arte actual, el contenido casi por regla general es verdaderamente escaso. Hay mucho envoltorio y poca sustancia. ¿Originalidad en vías de extinción? Es posible. ¿No más creatividad? Cuesta creerlo.
No se trata de complacer a todo el mundo. Pero tampoco de ofenderlo gratuitamente. Si, de algún modo, a alguien 'toca' mi obra, entonces generalmente me doy por muy contento. Pero a mí, además, me importa quién es ese alguien. No se trata de una cuestión abstracta o meramente estética. Es una cuestión de equilibrio, de integridad, de identidad.
Si todo pudiera decirse con palabras... entonces, ¿para qué pintar?
Indudablemente buena parte de la pintura se resiste y no puede sino resistirse al lenguaje escrito. Incluso nuestra percepción de una misma obra suele cambiar con el tiempo. Casi por regla general, la obra, cuando plástica y expresiva, es, a mi entender, una cuestión de diseño. El pintor no es, como declara Bacon, una especie de receptáculo en el que las cosas "se dan" por sí solas, accidentalmente, a la que te criaste. No, el pintor diseña.
Ese algo que desde adentro me empuja hacia una investigación que es también formadora de arte está hoy tan despierto como lo estuvo siempre. Y es todo integridad. Es todo memoria, todo diseño, todo identidad.
Obras de Mariano Akerman: 1. Nada de bésame mucho, témpera, 1979; 2. Un giro moderno en mi sobriedad, témpera y acuarela, 1990; 3. Cristalino, Primer Movimiento, témpera, 1985-6; 4. Madre e hijo, tinta, 1981; 5. De la importancia de lo auténtico, lápiz, 1988; 6. Darse cuenta, acuarela, 1988; 7. De cáscara y contenido, tinta, 1988; 8. Flor con ritmo, tinta, 1981; 9. Automatismo para la libertad, lápiz y acuarela, 1990; 10. El mensajero, acuarela, tinta y collage, 1990; 11. Homenaje a la Revolución Francesa, lápiz, 1989; 12. Cómo te quiero, acuarela, témpera y lápiz color, 1989; 13. Microcosmos, collage, 1991, 2005; 14. Tres a la ventana, acuarela, témpera y tinta, 1989.
Nótesele. Al igual que "Reflexiones ultramarinas" (2007), "El ser y el trabajo" forma parte de mis escritos hoy conocidos como Pensamientos indokushis, que fueron desarrollados en Pakistán, casi al pie del Himalaya.
Me gusta saber que alguien tenga alguno de mis trabajos, siempre y cuando lo valore.
Están los que piensan que pintar es un pasatiempo, Francis Bacon por ejemplo. Y estamos los que pensamos que, mientras producimos algo, en ello va la vida. Ni más ni menos.
Cada uno de mis trabajos es único e irrepetible. No es cuestión de elitismo. Tampoco de pose. Es simple: como en la vida, cada momento es único e irrepetible. Y un trabajo es precisamente parte de la vida de uno. Kandinsky explicó a medida que uno va terminando una obra, ella adquiere una vida independiente, que termina por volverse autónoma. Eso es cierto, pero hasta cierto punto. Porque, sea como fuere, la obra, cuando auténtica, es además parte de uno. Se da algo así como la relación madre e hijo. Al nacer la criatura y cortarse el cordón umbilical, ambos se separan. Pero la madre y el hijo, en cierto sentido, son, por así decirlo, siempre una misma entidad, ya que nunca terminan de separarse por completo.
Así, no es casualidad que determinas características hagan que un Kandinsky sea un Kandinsky, un Bacon un Bacon, y un Akerman un Akerman. Eso indudablemente no es asunto ligado al azar. Ya bien lo señala el refrán, la manzanita nunca cae lejos del arbolito.
En efecto, la identidad no es un asunto de moda en tal o cual barrio: uno tamposo se la cambia por temporadas. Un Picasso es un Picasso, y sigue siéndolo siempre, sin que importe demasiado de qué período sea. Cuando algo cambió en la vida de Picasso, también hubo alguna transformación en su obra. Mas nótese que es alguna obra de Picasso la que cambia, su identidad no. Tal como sucede con las raíces, la identidad no es algo que anda cambiando todo el tiempo y mucho menos abruptamente. En este sentido, mi caso es análogo al de Picasso. "Cambia, todo cambia" sostiene una canción aquí también pertinente. Es cierto. Pero el yo que se lleva adentro, cuando hay integridad, ese, el yo esencial, no puede sino ser siempre el mismo. Uno. Único e irrepetible.
Observo mi trabajo y me reconozco. Cambian mi estilo y mis inquietudes, tal como cambian mi cuerpo y mi cara. Pero mi trabajo siempre soy yo y vicerversa. Porque el alma, cuando la hay, sigue siendo siempre el alma. Además, hay quien nació para construir puentes y hay quien nació para derrumbarlos. Y está incluso quien nació para reconstruir los puentes que otros derrumbaron. Ese es un preferido. Más aún, es posible trabajar siendo un puente entre culturas.
No es la obra objeto material la que me interesa, sino su configuración trabajando como ventana abierta al interior del autor la que me conmueve.
En el arte abstracto, luego de los tres grandes pioneros –Kandinsky, Mondrian y El Lissitzky- la cosa poco a poco se volvió tediosa. Y algo parecido sucedió con la figuración.
En el arte actual lo prosaico, la frivolidad y el hartazgo parecen haberlo eclipsado todo. Sin embargo no todos vinimos al mundo para dividir, discriminar, arruinar, divorciar, mamarrachear, envidiar, despreciar o vanagloriranos con la pavada.
¿De qué sirven los elogios cuando uno solo descolla en el medio de una farsa en la carnestolenda? ¿Qué valor tienen medallas, copas y premios si el camino que se transita no es el apropiado? ¿Cuál es el sentido de conformarse confeccionando otro nuevo traje para el emperador?
Sorprendente acaso sea el andar tatuando chanchos, mas comprometido es el indagar acerca de las propias raíces. En fin, se podrán cortar todas las flores, pero no es posible detener a la primavera.
Mis trabajos no están concebidos para decorar paredes. Aunque nada malo hay en la decoración, dado que también ella es en cierta medida necesaria en este mundo. Embellecer, hasta donde yo sé, no es necesariamente ningún pecado. El ornamento existe específicamente para ser besado.
Claro que en las obras, al menos en las mías, además está el contenido.
Pero en el arte actual, el contenido casi por regla general es verdaderamente escaso. Hay mucho envoltorio y poca sustancia. ¿Originalidad en vías de extinción? Es posible. ¿No más creatividad? Cuesta creerlo.
No se trata de complacer a todo el mundo. Pero tampoco de ofenderlo gratuitamente. Si, de algún modo, a alguien 'toca' mi obra, entonces generalmente me doy por muy contento. Pero a mí, además, me importa quién es ese alguien. No se trata de una cuestión abstracta o meramente estética. Es una cuestión de equilibrio, de integridad, de identidad.
Si todo pudiera decirse con palabras... entonces, ¿para qué pintar?
Indudablemente buena parte de la pintura se resiste y no puede sino resistirse al lenguaje escrito. Incluso nuestra percepción de una misma obra suele cambiar con el tiempo. Casi por regla general, la obra, cuando plástica y expresiva, es, a mi entender, una cuestión de diseño. El pintor no es, como declara Bacon, una especie de receptáculo en el que las cosas "se dan" por sí solas, accidentalmente, a la que te criaste. No, el pintor diseña.
Ese algo que desde adentro me empuja hacia una investigación que es también formadora de arte está hoy tan despierto como lo estuvo siempre. Y es todo integridad. Es todo memoria, todo diseño, todo identidad.
Obras de Mariano Akerman: 1. Nada de bésame mucho, témpera, 1979; 2. Un giro moderno en mi sobriedad, témpera y acuarela, 1990; 3. Cristalino, Primer Movimiento, témpera, 1985-6; 4. Madre e hijo, tinta, 1981; 5. De la importancia de lo auténtico, lápiz, 1988; 6. Darse cuenta, acuarela, 1988; 7. De cáscara y contenido, tinta, 1988; 8. Flor con ritmo, tinta, 1981; 9. Automatismo para la libertad, lápiz y acuarela, 1990; 10. El mensajero, acuarela, tinta y collage, 1990; 11. Homenaje a la Revolución Francesa, lápiz, 1989; 12. Cómo te quiero, acuarela, témpera y lápiz color, 1989; 13. Microcosmos, collage, 1991, 2005; 14. Tres a la ventana, acuarela, témpera y tinta, 1989.
Nótesele. Al igual que "Reflexiones ultramarinas" (2007), "El ser y el trabajo" forma parte de mis escritos hoy conocidos como Pensamientos indokushis, que fueron desarrollados en Pakistán, casi al pie del Himalaya.
12 comments:
Hoy jueves 20 de mayo acabo de llegar a mi oficina y lo primero que hice fue abrir el correo. Las 14 obras, las entrevistas y la labor tuya en las distintas universidades me da la alegría y la energía necesarias para realizar felíz mi trabajo. Gracias. Un beso grande. Mamá.
Tuve un buen maestro, que me enseñó a mirar adentro, para poder ver.
Me gusta mucho la selección de obras: es muy acorde a lo que escribiste :)
De corazón te felicito y que sea tu labor siempre un motivo de placeres y alegrías.
Me encantan las obras y te felicito por el trabajo.
Decis "Y está además quien nació para reconstruir los puentes que otros derrumbaron. Ese es un preferido." En tu caso: ¿preferido o elegido? No todos pueden reconstruir puentes que otros derrumbaron. Es un don. Y parece que vos lo tenés. gab ~
La metáfora de reconstruir puentes, como bien vos interpretas, significa ambas cosas. Antes de construir nuevos puentes hace falta que reconstruyamos aquellos que alguna vez ya existieron. Incluso si esto hoy implica hacer las cosas de un modo algo distinto, mas siempre fiel a la intención con la que ellos alguna vez fueron construidos: la de conectar.
¡Qué obra excelente! Que tengas suerte y consagración. Siempre AVANTI.
Querido Mariano
todo es muy bonito
tu pintura y tus reflexiones
un beso.
Estimado pintor, artista, historiador, educador, constructor de puentes de todo tipo :)
Agradézcole. Muy bueno lo suyo (^.^). Un beso, gab :)
Hola Mariano,
gracias por tus palabras, sé que son dichas con el corazón y no esperaba menos de un caballero como vos.
Yo siento un gran cariño por vos, hoy y será siempre.
Yo nací para construir puentes y la vida me pone a reconstruir los puentes que otros derrumbaron.
Soberbias palabras ilustran tus obras en tu "El ser y el trabajo" te felicito: gran trabajo. Me encanta la obra número 4 y te juro que la elegí antes de conocer su título.
Gracias por el maravilloso contenido de tu trabajo.
Un beso muy fuerte
Pinti
Mariano, me parece tu obra sinceramente inesperada. Observo que tus obras tienen un equilibrio perfecto. Y como si todo fuera poco, acompañas poesías con tus obras o viceversa. Sumamente sensible. Genial. Pocas personas hay con tanto talento junto, Mariano. ¡Excelente!
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